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LA MASCARILLA DE LOS TERRAPLANISTAS

A propósito de las campañas de los opositores al uso de dicho adminiculo y los peligros de la “post verdad”

Publicado: 2020-09-28




Desde hace ya un buen tiempo circulan en las redes videos de “teóricos” que señalan que el uso de las mascarillas, recomendadas como prevención para el contagio con el COVID-19, es perjudicial para la salud.

Los “antimascarillas” señalan que estas no tienen ninguna utilidad sanitaria concreta y que, por el contrario, terminan siendo perjudiciales para la salud; además de responder a una medida “política” para limitar las libertades de la gente. Esta información es completamente falsa.

Señalan por ejemplo, que el uso de las mascarillas reduce hasta en 20 % el oxígeno en la sangre y no permite la eliminación del dióxido de carbono; que el uso prolongado de estas genera hipoxia (ausencia de oxígeno suficiente en los tejidos como para mantener las funciones corporales). 

El uso de las mascarillas no reduce el oxígeno ni genera que aumente la acidez de la sangre de una persona porque, supuestamente, este equipo de protección lo impida al evitar que se expulse suficiente dióxido de carbono. Esta situación solo podría suceder si una persona no recibe ningún tipo de entrada de aire al tener un aparato totalmente hermético en el rostro. Pero como es fácilmente constatable, ese no es el caso de ningún tipo de mascarilla utilizada para prevenir la transmisión del nuevo coronavirus.

Los tejidos utilizados para la confección de las mascarillas que conocemos en el mercado dejan pasar el gas y el oxígeno es un gas. Respiramos oxígeno mezclado con nitrógeno y expulsamos dióxido de carbono (CO2), que también es un gas. Si la afirmación de los “antimascarillas” fuera cierta, los cirujanos que intervienen durante varias horas, estarían muertos y no solo cansados.

Ahora bien, es cierto que a algunas personas les puede causar la sensación de falta de aire y, en casos muy graves y raros, podrían causar problemas a personas que tienen problemas respiratorios preexistentes, Pero estos últimos son casos muy poco comunes. El fastidio o sensación de falta de aire proviene del hecho que la mayoría de las personas no están acostumbradas a su uso y por ello le puede resultar un poco incómoda su utilización.

Debo confesar que soy una de esas personas a las que le resulta incómoda la utilización de mascarillas pero no por ello dejo de usarlas. Se trata simplemente de usarlas con sentido común. 

En casa, por ejemplo, no las usamos. Resulta ilógico cuando todos allí convivimos y sabemos de la condición en la que estamos. En el auto tampoco, pues no estoy en contacto con nadie.

Y cuando salgo a caminar, la llevo debajo de mi nariz y solo la cubro si me voy a acercar a otras personas. Inclusive en mi oficina hacía lo mismo; tenía la suerte de tener una oficina privada y solo me la colocaba cuando iba a salir de ella o a recibir personas (aunque los protocolos establecen que allí debes tenerla puesta todo el tiempo).

También es cierto que hay diversos tipos de mascarillas y por eso existen las que cuentan con válvulas de exhalación que permiten una forma más eficaz para eliminar la acumulación de calor, aportar frescura y comodidad al expulsar el aire exhalado. Estas son las recomendables para un uso más prolongado o para actividades que requieren mayor demanda de oxigeno (por un mayor esfuerzo físico)

Esto lo sabemos personas medianamente informadas y con “algo” de sentido común podemos hacer un uso adecuado de las mascarillas (que en principio tienen por fin evitar que la persona “contaminada” contagie a otras y no al revés, aunque la imposibilidad de la trazabilidad de los contagiados en este momento ha llevado al uso generalizado de dicho artículo)

Pero no todos manejan la información al mismo nivel y el problema surge cuando los “terraplanistas” manipulan la información para llevarla a términos absolutos de “blanco” o “negro”, terminar desinformando a la población y fomentando conductas que, en el balance, terminan siendo más perjudiciales para los mismos ciudadanos.

Pensar que solo comiendo bien y realizando otras acciones para fortalecer mi sistema inmunológico me garantizan que no me contagiaré del COVID-19 no tiene sentido común; pues por más sano que esté, si la carga viral a la que me expongo es mucha terminaré contagiándome. Sostener que debemos actuar libremente, sin mayores restricciones para alcanzar la “inmunidad de rebaño” (o inmunidad comunitaria) tampoco lo tiene.

La inmunidad comunitaria ocurre cuando una población se hace inmune a una enfermedad. Esta puede llegar debido a la existencia de una vacuna o por exposición En este último caso, en la medida en que el porcentaje de personas inmunes va en aumento, la probabilidad de que una persona que es contagiosa se encuentre con una que no es inmune y la infecte disminuye. Así, llega el momento en que las probabilidades de propagación de la enfermedad son tan bajas, que se considera que esa población ha adquirido la “inmunidad de rebaño”

La inmunidad de rebaño puede y se espera que llegue, pero como consecuencia de un proceso gradual y lento. Intentar acelerar el proceso relajando las medidas de prevención, lo que conseguirá es el colapso del sistema de salud y aumentar el número de muertes como consecuencia del contagio por dicho virus. Muertes que podrían evitarse si nos cuidamos todos para impedir que el número de infectados graves sobrepase las capacidades de atención UCI de los establecimientos de salud (capacidades que en nuestro país ya fueron desbordadas en su momento).

Por ello resulta paradójico que en esta época de virtualidad y redes sociales, nacidos como fenómenos que permitieron el empoderamiento de los ciudadanos como productores de información haya terminado causando la proliferación de “fake news” que afectan precisamente lo que se buscaba defender: el derecho de la gente a estar bien informada.

Así pues, la modernidad y sus redes sociales, lejos de garantizarnos la conquista del derecho universal al acceso y a la producción de información, nos han terminado exponiendo al creciente descontrol de la veracidad de la información y al uso indiscriminado de ese derecho.

En estos tiempos de modernos, la “post verdad” y “fake news” a la que nos exponen las redes y los “fundamentalistas militantes” puede tener graves consecuencias para la sociedad en su conjunto; más aún en tiempos de pandemia, en las que la necesidad “psicológica” de buscar culpables y aferrarse a soluciones “absolutas” son caldo de cultivo para caer en su trampa.

Las noticias falsas tienen un poder preocupante, pues llegan a mucha más gente que la información verídica y pueden incluso alterar el criterio para distinguir entre lo que es cierto y lo que es falso. Para citar un ejemplo, según un estudio sobre el impacto de las noticias falsas en España señalado en el foro Fake News, organizado por la oficina del Parlamento Europeo en España junto con la Alianza de Medios Líderes en Europa (LENA), un 86% de los españoles no distingue con facilidad las noticias inventadas de las reales.

La cantidad casi ilimitada de contenido que circula por los canales digitales, propicia que muchas noticias falsas se hagan virales de forma incontrolada, hasta el punto que algunas hayan superado en cifras de visualización y tráfico a los mejores reportajes del mundo. El gigante Google está intentando combatirlo desde hace un tiempo mediante nuevos algoritmos de análisis, y algunas de las redes sociales más destacadas (Facebook y Twitter) ya han tomado cartas en el asunto y cuentan con sus propios iconos o distintivos para alertar acerca de este tipo de información.

Claro está que, como consecuencia de ello, no faltarán defensores de la “post verdad” que crearan teorías de la “conspiración” para defenderlas y tildar a dichas compañías de estar detrás de los “poderes ocultos” que buscan reducirnos a la condición de “esclavos mediáticos” de sus intereses.

Si bien el trabajo para combatir las “fake news” es una tarea difícil, como usuarios responsables y conscientes de las posibles consecuencias de propagar este tipo de mensajes resulta fundamental verificar y cotejar tanto las fuentes como la información misma antes de distribuirla, así como tomar con cautela la información que se difunde a través de Internet, no creer todo lo que se publica y tener la capacidad de discernir.

Hoy más que nunca es imperativo para todos que la información que recibamos pase por el tamizaje del sentido común.


Escrito por

Zoon Politikón

Por Ricardo Lituma Muñoz. Abogado, idealista (¿o iluso?) creyente de las posibilidades de adecentar la política y el servicio público.


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