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KEIKO Y EL LOBO

Por Ricardo Lituma Muñoz

Ricardo Lituma Muñoz

Ricardo Lituma Muñoz

Publicado: 2021-04-27


Luego de publicadas las primeras encuestas de opinión previas a la segunda vuelta electoral, cifras más cifras menos, puede observarse que los resultados son unánimes al presentarnos un escenario cuesta arriba para la candidata de Fuerza Popular.

Pero no se trata simplemente de encontrase en desventaja inicial respecto al candidato Pedro Castillo. El problema radica en que la diferencia de partida entre los dos candidatos es notoriamente alta con relación a anteriores escenarios de segunda vuelta (en promedio las encuestadoras le otorgan más de 10 puntos de ventaja a Castillo sobre Fujimori). Ademas, salvo por la capital, Lima, Castillo derrota con holgura a su contendora en todas las regiones del país.

Por su parte, el promedio de personas que votarán blanco, viciado, o no han decidido su voto, supera el 30% del electorado.

Frente a este escenario la tarea para Keiko Fujimori es evidente: en las semanas que restan antes de la segunda vuelta debe encontrar la fórmula que le permita convencer mayoritariamente a ese 30% del electorado, que no simpatiza por ninguno de los 2 contendores o se encuentra aún dubitativo, a decantarse finalmente hacia su candidatura, a la par de intentar “robarle” algunos votos a Castillo.

Por lo pronto y contra lo que ella misma ha declarado oficialmente, parece ser que su estrategia de campaña girará en torno al miedo. Miedo al desastre económico, al reemplazo del modelo de economía social de mercado actual por uno comunista y miedo al fin de la democracia e inicio de una dictadura al estilo venezolano como ejemplo más cercano.

Que lo antes mencionado suceda en el caso de ganar la presidencia Pedro Castillo no es un hecho garantizado e inevitable al 100%. A priori, Castillo no llegaría al poder con una mayoría parlamentaria aplastante que le permita llevar adelante y con facilidad el tránsito al “socialismo del siglo XXI” que añoran; pero sus intenciones de ello, la vena autoritaria que se desprende del plan de gobierno de Perú Libre, el partido que lo postula, y las declaraciones de su secretario General Vladimir Cerrón, permiten suponer que buscarán las formas que sean necesarias para ello; usando por todo argumento el estribillo “porque así lo exige el pueblo”, de muy conocida utilización por muchas dictaduras.

Sin embargo, Lo que la candidata Fujimori y sus asesores de campaña parecen no entender es que la estrategia del miedo les significaría para ellos una representación del famoso cuento de “Pedro y el lobo” con consecuencias funestas para sus intereses.

De hecho, Keiko y sus circunstancias bien podrían terminar pintándola como el lobo y convertir en oveja a Castillo.

Veamos el porqué.

En primer lugar, parece que el equipo de campaña de Keiko Fujimori no ha caído en cuenta de la verdadera dimensión de la crisis por la que el Perú está pasando.

La crisis económica y sanitaria ha golpeado fuerte en el país. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la economía peruana tuvo una caída del 11.12% durante el 2020 debido al impacto de la pandemia del COVID-19, siendo el peor resultado en los últimos 30 años y rompiendo un ciclo de 22 años de crecimiento consecutivo. Hecho que nos posicionó como el segundo país con mayor caída del PBI en toda Latinoamérica, solo superados por Venezuela.

A raíz de la crisis económica generada por la pandemia del coronavirus, el índice de pobreza también se vio afectado. De 20.6% en el año 2019 se disparó seis puntos hasta llegar a 26.6%.

Y si bien se espera que este 2021 pudiese haber una recuperación y retomar la senda de crecimiento del PBI, esas proyecciones están condicionadas a la evolución de la segunda y/o tercera ola de la pandemia y el éxito de la campaña de vacunación.

Por otro lado, la pandemia de la COVID-19 encontró un país con varias deficiencias y carencias en su sistema hospitalario. La brecha de falta de acceso a servicios públicos y privados se acentuó y esa desatención histórica, aunada al pésimo manejo de la enfermedad ha hecho que miles de peruanos pierdan la vida.

Pero la pandemia del COVID-19 no sólo ha convertido al Perú en el país con el peor manejo de la misma en el mundo, sino que también ha agudizado la informalidad laboral y económica que antes del virus ya afectaba al 73% de sus trabajadores y ahora se estima que puede estar bordeando el 90%.

Todo ello ha golpeado muy fuerte al país, en especial a las clases medias y bajas. Los sectores socioeconómicos C y principalmente de D y E, en muchos casos lo han visto perder todo.

¿Ello es, en esencia, culpa del modelo económico?, por supuesto que no; pero es evidente que el mismo requiere ajustes. Superar retos estructurales relacionados a la extensa informalidad, la limitada diversificación económica y sobre todo la pobre eficiencia del Estado para realizar sus funciones son tareas pendientes a realizar, y hoy más que nunca, en el más breve plazo posible.

Pero estos tiempos de crisis profunda tienden a generar la búsqueda de soluciones radicales, sobre todo para quienes están en la situación de no tener ya nada que perder.

Por ello, Keiko y su entorno deben entender que frente a la propuesta de Castillo de efectuar un cambio radical que cambiará la vida de los más necesitados (“no más pobres en un país rico”), el posicionarse como la defensora de un modelo “sagrado” e “intocable”, sin reconocer y criticar las falencias existentes solo la convertirá, para beneplácito de Castillo, en el “lobo” capitalista y devorador de las “ovejas” del proletariado.

En segundo lugar, el “terruqueo” es insensato y contraproducente.

El “terruqueo” es un producto generado por una deuda histórica de la derecha peruana: la generación o el compromiso de su intelectualidad por un discurso, por una narrativa que haga atractiva las ideas de la libertad, frente a los cantos de sirena de las ideas socialistas.

El “terruqueo” es entonces el producto de una derecha conservadora y mononeuronal que durante años ha venido metiendo en el mismo saco a todo aquel que tenga un pensamiento distinto al suyo.

Como es de suponer, un argumento tan trillado termina desgastándose y perdiendo toda efectividad, inclusive cuando se usa con sustento.

Para el autor de estas líneas, reconociendo que no se puede acusar a Castillo de ser terrorista en el sentido estricto del término, si resulta preocupante su cercanía con personajes involucrados con el Movadef, brazo político de Sendero Luminoso. De hecho, para la Dirección contra el Terrorismo de la Policía Nacional (Dircote) está probada su proximidad a dicha organización.

No obstante, la indiscriminada utilización del término “terrorista” con personajes que hasta podrían considerarse en las antípodas del mismo está tan manida que, lejos de ahuyentar a sus votantes terminará por cohesionarlos en solidaridad con Pedro Castillo; convertido a la sazón en “victima” de dicha campaña.

Lo mismo pasará con la estrategia que se base solo en presentar a Castillo como el peligro comunista-chavista, pues este convencerá únicamente a la gente que ha obtenido mayores niveles de bienestar y progreso. Pero ellos ya están convencidos.

Como ya lo hemos advertido líneas arriba, esa estrategia no convencerá o restará votos al grupo mayoritario de los simpatizantes de Castillo: el de los “desposeídos”; el de los que no han visto llegar al Estado a sus vidas o los ha tratado con ineficiencia y desinterés; el de los que prácticamente no tienen nada que perder y están dispuestos a apostar por una propuesta radical de cambio que lamentablemente terminará por perjudicarlos más con el correr del tiempo. Pero ellos no tienen una bola de cristal que les alerte de dicho futuro y verán con ánimo dicha propuesta, máxime si sienten que viene de “alguien como uno”.

Para ellos la estrategia no funcionará, porque la asocian con lo que es: una estrategia publicitaria del miedo; que victimiza a Castillo y alienta aún más su apoyo. Persistir en esa estrategia solo convierte a Keiko en el “Pedro” del cuento.

En tercer lugar, Keiko debe entender que su pelea no es contra Castillo, sino consigo misma.

Keiko Fujimori parece empeñada en proclamar a todos los vientos que el enemigo más grande a derrotar es el “comunismo” y se equivoca. Le urge caer en cuenta que en estos momentos está en “campaña”, no en el gobierno. En estos momentos, su enemigo más grande es su altísimo anti voto.

El Fujimorismo a lo largo de los años se ha convertido en una opción que ha polarizado al país. Los excesos del gobierno de su padre, las violaciones de derechos humanos, los casos de corrupción y la destrucción de la ya de por si endeble institucionalidad existente en dicha época han constituido una “mochila” muy pesada que Keiko ha venido arrastrando en los procesos anteriores en los que intentó llegar sin éxito a la presidencia

Pero esta vez Keiko no carga solo la “mochila” del padre, ahora ella ha armado la suya ¡y vaya que también es pesada!.

Keiko estuvo a punto de ganar las elecciones el 2016. No lo logró, pero consiguió una mayoría aplastante como nunca antes se había visto para un partido de oposición. Colocó 73 congresistas de un total de 130 y se hizo de la mayoría absoluta en el Parlamento; hecho que la llevó a decir que implementarían su plan de gobierno desde el Congreso.

Lo que pasó después fue otra historia.

Su bancada, tristemente recordada con el nombre de “mototaxi”, se dedicó a un enfrentamiento constante con el Ejecutivo. La censura de ministros, el “blindaje” a los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura y del Ministerio Público en el famoso caso de los “cuellos blancos”, los intentos de vacancia del Presidente Kuczynski que permitieron la funesta llegada de Martín Vizcarra al poder, terminaron en la disolución del Congreso, la llegada de otro tan irresponsable como el anterior y un balance desastroso para la estabilidad y gobernabilidad: un total de 4 presidentes en 4 años.

¿El costo político? Keiko Fujimori ha consolidado su figura, y ahora por mérito propio, como el personaje con el mayor porcentaje de anti voto en el Perú.

Por eso el verdadero enemigo a derrotar es ella misma. Keiko ha perdido la confianza y credibilidad de la gente. Para muchos, ella es el verdadero “lobo” para la democracia.

Su gran tarea es ganar esa credibilidad y confianza de la que carece. Y su oportunidad son los indecisos y los que están pensando votar en blanco o viciado. A ellos no tendría que convencerlos de lo malo que es Castillo, sino de que ella puede ser una garantía democrática.

Para lograr el objetivo tendría que hacer algo que le resultará muy difícil. Reconocer sus errores y pedir perdón. Pedir perdón por el “Congreso de los 73”, por la guerra política que generó la inestabilidad de este quinquenio; por ser responsable, incluso, de la llegada de Vizcarra y el desastre que ello generó para el país a todo nivel.

Pero pedir disculpas no bastará. Es tal su descrédito que también deberá comprometerse, y mejor si lo pusiera por escrito, a una serie de condiciones o compromisos que van mucho más allá de lo solicitado por Mario Vargas Llosa.

Anunciar, desde ya, nombres para un posible gabinete que generen confianza. Anunciar, por ejemplo, que el Ministerio de Justicia y la Comisión de Fiscalización en el Congreso estén al mando de personas ajenas a su partido. Que los ministerios de la Mujer y Poblaciones Vulnerables y de Desarrollo e Inclusión Social estén a cargo de personas identificadas con los sectores “progresistas” como garantía de una real preocupación e inclusión de sectores afectados desde hace mucho tiempo y en mayor medida por los diferentes problemas y carencias del país.

Necesita dar señales que ha comprendido la real dimensión de la crisis, de su verdadera representatividad y de la necesidad de ofrecer garantías de un gobierno de “concertación” e “inclusión” como alternativa para superarla.

¿Podrá hacerlo?, el tiempo nos lo dirá.


Escrito por

Zoon Politikón

Por Ricardo Lituma Muñoz. Abogado, idealista (¿o iluso?) creyente de las posibilidades de adecentar la política y el servicio público.


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