#ElPerúQueQueremos

YA ES TIEMPO

Publicado: 2021-06-06


“Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: ¡No mueras, te amo tanto!

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.”

Tomo estas líneas del poema “Masa” de Cesar Vallejo para reflejar, a mi modo de ver, lo que está pasando en nuestro Perú.

En un Perú que parece agonizar en medio de una crisis política, económica y sanitaria, estamos llegando al fin de una campaña electoral muy particular; no por la típica necesidad de los últimos procesos electorales de votar por el “mal menor”, sino por la escasa representatividad y polarización que han generado los candidatos participantes de esta segunda vuelta. Ambos dicen querer “salvar” el país, pero poco o nada hacen por ello.

En efecto, según las cifras reportadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), del total de 25,287,954 electores Hábiles, hubo una participación de 17,713,716 votantes, los cuales representan una participación ciudadana del 70.048 %. Y un 29.952% de ausentismo.

Del total de ciudadanos que emitieron su voto, los resultados señalan que la sumatoria de los votos en blanco (12.364%) y nulos (6.340%) arrojaron un 18.704%, mientras que la votación por Pedro Castillo apenas llegó a 15.382% (18.921% en votos válidos) y la de Keiko Fujimori a 10.900% (13.407% en votos válidos).

Como puede observarse, las cifras del voto blanco y nulo superan por 3.322 puntos porcentuales el respaldo que obtiene el candidato de Perú Libre y por 7.804 puntos porcentuales al obtenido por la candidata de Fuerza popular.

Sumados los votos ausentes, blancos y nulos, son 10’887,324 los peruanos que el pasado domingo 11 de abril no votaron por Castillo, Fujimori ni ninguno de los restantes 16 postulantes a la Presidencia del país. Es decir, el 43.053% de los electores hábiles.

Así pues, más de cuatro de cada diez electores peruanos o bien no acudieron a las urnas o bien votaron en blanco o nulo en los comicios generales; apenas uno de cada diez (10.774%) tuvo por opción a Castillo y menos de uno de cada diez (7.635%) escogió a Fujimori. Un escenario que resulta particularmente revelador del hartazgo ciudadano ante la clase política del país, que en esta segunda vuelta del domingo 6 de junio deberá elegir entre dos propuestas, a todas luces extremadamente minoritarias, al próximo Presidente de la República.

Pero, por si este este escenario fuera poco, las opciones en disputa nos presentan, de un lado, una izquierda radical y anti-sistema con Perú Libre y, de otro, una derecha autoritaria y defensora del modelo económico con Fuerza popular; es decir, 2 propuestas completamente antagónicas entre sí.

En este contexto, las campañas electorales en ambos lados (las oficiales y las “oficiosas”) se han dedicado a explotar el anti voto de manera mucho más fuerte de la que habíamos estado acostumbrados en otros procesos.

Y lo increíble de todo esto es que estas opciones, que en conjunto representaban solo al 18.437% del electorado nacional han podido polarizar y dividir al país en dos.

Desde un lado, se acusa a quienes piensan votar por Fuerza Popular de carecer de dignidad por votar por una candidata que encarna la corrupción del régimen de su padre en los 90´s, o de ella misma por la gestión de los representantes de su partido en el Congreso y las investigaciones penales de las que ella es objeto actualmente. O de votar simplemente para mantener sus “privilegios” en una sociedad que apostó por un modelo económico al que sindican como responsable de la pobreza aun existente y de la ineficiencia en la atención de las necesidades básicas de la ciudadanía.

Del otro lado, se acusa a quienes piensan votar por Perú Libre, de ser “terrucos”, por votar por un candidato cuyo partido cuenta en sus filas con personas vinculadas a organismos de fachada del grupo terrorista Sendero Luminoso; de ser resentidos sociales e inclusive estúpidos e ignorantes por votar por un partido cuyas propuestas llevadas a la práctica, lejos de generar mayor riqueza y bienestar para todos, nos llevarían a una situación similar a la de nuestros vecinos en Venezuela.

Pero lo que los primeros no toman en cuenta es que la gran mayoría de quienes votarán por Fuerza Popular no lo harán por adherir a dicho partido o su candidata; lo harán en defensa de un modelo económico razonable, basado en pilares como el respeto a la propiedad, la libertad de comercio, la estabilidad monetaria y fiscal y la independencia del Banco Central. Por un modelo que ha permitido una efectiva reducción de la pobreza en el país, de niveles superiores al 50% en los 90´s a 20% en el 2019 y menos del 3% en el caso de la pobreza extrema.

Y lo que los segundos tampoco hacen, es considerar que la gran mayoría de quienes votarán por Perú Libre tampoco lo harán en rigor por dicha agrupación o por su candidato; lo harán en la búsqueda desesperada de un cambio. Porque aun cuando haya disminuido la pobreza, la situación de muchos sigue siendo frágil (la pandemia ha elevado en 10% la pobreza en el 2020) y el Estado sigue siendo ineficiente para cumplir con sus tareas fundamentales de brindar servicios básicos como la salud, la educación o el agua. Y ojo, que cuando hablamos de Estado nos referimos tanto al gobierno Central, como a los gobiernos regionales y locales; muchos de ellos a cargo de organizaciones políticas vinculadas a la izquierda en la que se encuentra Perú Libre.

Por ello, es importante en este punto, caer en cuenta que, efectivamente el modelo ha generado desarrollo y reducción de pobreza, pero que esta última aun subsiste que para extender el bienestar alcanzado a mas peruanos se requiere hacer ajustes. Pero el meollo del problema del Perú no es el del modelo económico, es de gestión pública y de cómo nos sentimos y nos comportamos los ciudadanos con respecto a nuestras obligaciones para con el país.

Este modelo económico sirve para generar riqueza, facilita las cosas para que haya empresa, para que haya ahorro, para generar trabajo. No es un modelo para la gestión pública, para el gobierno; que han estado por igual a cargo de gobiernos de ambos lados del espectro político.

Entonces, por un lado, se trata de la capacidad y compromiso de quienes asumen la función pública, y en eso tienen gran responsabilidad los partidos políticos que han tenido la oportunidad de ser gobierno en sus distintos niveles. Pero, por otro lado, se trata de la empatía y el compromiso de nosotros mismos como ciudadanos, de comprender que, efectivamente, aun existes muchas necesidades que cubrir y satisfacer; que aún hay mucha gente en situación de precariedad y carencia de oportunidades y que por ello es necesario cumplir con nuestras obligaciones a cargo como parte del contrato social para permitir el adecuado funcionamiento del Estado para la atención de dichas necesidades.

Somos un país muy diverso, con múltiples barreras geográficas, culturales y lingüísticas. Es natural entonces que haya mucha gente que viva, hable, e incluso, la veamos distinta a nosotros y a nuestras costumbres. Pero esa diversidad en la forma de ver y abordar la realidad que nos rodea no tiene por qué ser vista como algo negativo, perverso. Es simplemente diferente.

Por ello es vital generar confianza. La gran mayoría de nosotros, a nuestra manera, queremos y buscamos lo mejor para el Perú, aunque consideremos distintos caminos para ello. Entender ello es vital para lo que se viene. El proceso electoral se definirá hoy; sabremos quién será elegido como Presidente para el próximo quinquenio, pero a partir del lunes la vida de todos nosotros seguirá su curso acostumbrado y debemos aprender a convivir y trabajar por el progreso de nuestras familias y de nuestro Perú respetando esa diversidad que nos caracteriza.

“Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar...”

Unámonos todos, seamos capaces de superar nuestras diferencias; solo así el Perú podrá avanzar, tras 200 años de república, en el camino de convertirse en una verdadera nación.


Escrito por

Zoon Politikón

Por Ricardo Lituma Muñoz. Abogado, idealista (¿o iluso?) creyente de las posibilidades de adecentar la política y el servicio público.


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